En los últimos dos años, José Miguel Ortiz Moreno embalsamó más de 20 cadáveres cada mes. Eligió ese trabajo porque le parece que es una parte fundamental de las Ciencias de la Salud y porque tiene la oportunidad de brindarle un alivio emocional a los familiares de los muertos, con una última imagen digna.
Tiene 23 años de edad, una carrera como técnico en urgencias médicas que lo llevó a atender varios accidentes con los bomberos durante tres años y está por terminar una licenciatura en Criminología y Criminalística, pero desde los 7 años su afición es la “tanatopraxia” o la praxis para el proceso de preparación de los muertos con el fin de mejorar la última imagen que verán los familiares de los fallecidos.
“Es una manera de ayudar a la gente en su duelo, que tengan un funeral más digno, más tranquilo, una muerte presentable, porque se arreglan estéticamente, porque a veces por la causa de muerte presentan diferentes signos en sus expresiones y su cuerpo, aquí se busca que los vean con una imagen de paz, de tranquilidad, para que sea menor el duelo de las personas y se van con su imagen descansando, muchos dicen: se ve como si estuviera dormido”, relata.
Hace más de dos años dejó de desempeñarse como técnico en urgencias médicas porque trabajó tres años con los bomberos donde vio cosas muy fuertes. Buscaba un trabajo donde pudiera aprovechar sus conocimientos de anatomía, de preferencia en horario nocturno para estudiar de día.
Durante dos meses recibió capacitación de Carlos Alberto Yáñez Hernández, encargado de la sala de embalsamar, para preparar los cuerpos que llegan a la funeraria para su velación.
Lo primero que se aprende en este empleo es cómo atender el cuerpo en cuanto llega a la funeraria. El primer paso es desvestirlo o retirar las sábanas si proviene de algún hospital, para desinfectar el cadáver con un químico con base de formol para matar bacterias y gérmenes, por lo que se coloca en todas las cavidades.
El proceso de desinfección no tarda más de diez minutos, porque después debe prepararse una solución de agua y formaldehido con base en el peso del cadáver, al que se agrega un líquido conservador que debe responder a la causa de la muerte, porque es diferente si fue violenta o clínica, con el fin de deshidratar el tejido del cuerpo, darle coloración y conservar el cadáver por más tiempo.
A la par de que se introduce ese mismo químico, se eliminan el agua y la sangre del cuerpo. El químico se fija en las venas y vasos capilares. También se limpia el abdomen, que es donde empieza la descomposición del cuerpo. Una vez que se cumple este proceso, se ingresa un nuevo químico que cauteriza los órganos, se baña el cuerpo, se vuelve a desinfectar y se viste para continuar con el arreglo estético.
Todo ese trabajo tarda desde una hora hasta cuatro horas y media, aunque Miguel recuerda que una vez tardó 12 horas en preparar el cuerpo de un hombre porque tenían que llevarlo a Estados Unidos y era necesario que aguantara todo el recorrido, ya que murió por un infarto agudo al miocardio pero padecía cirrosis hepática.
“Hay dos tipos de causa de muerte, violentas como cualquier tipo de accidente o suicidio, atropellamiento suicidio y las muertes clínicas, que tuvieron un tratamiento médico y murieron. Las violentas son más laboriosas y difíciles, porque se ingresan al Servicio Médico Forense, son los cuerpos a los que les hacen la necropsia. Ahí hay inyección de los químicos se hace de manera individual, la cara, los brazos, es más laborioso porque los cuerpos que son de necropsia se descomponen más rápido. Cuando son muertes clínicas vienen de un domicilio o de un hospital”, explica.
En el lugar de trabajo se observan tijeras, peines, gel y puede maquillar al cadáver con base en una foto de la persona cuando estaba viva, aunque muchas veces los familiares también piden hacer ese último trabajo y se les permite pasar.
Cada mes, Miguel trata alrededor de 20 cuerpos, por lo que en dos años ya perdió la cuenta de cuántos cadáveres trató, aunque hay algunos casos específicos que no puede olvidar. Alguna vez le tocó embalsamar a tres conocidos: un primo de su papá, un tío de su prima y la que más le impactó, una tía directa.
“Ella me cuidaba cuando nací, con ella sí fue un poco doloroso. Este es un trabajo y es de las ciencias de la salud y debe tener uno cierta postura o profesionalismo para realizar el trabajo”, dice, aunque acepta que la funeraria puede brindar atención psicológica al personal si se siente afectada.
Para Miguel el trato con la muerte no tiene que ver con un asunto sobrenatural o de prejuicios, porque “esta es una labor muy importante, independientemente de que se cobre por ello evitas riesgos, la propagación de enfermedades, los químicos tienen agentes desinfectantes, eliminan las bacterias”.
En el aspecto emocional, acepta que trabajar en una funeraria no estaba en sus planes, pero “a mí me llamó la atención la tanatopraxia desde que tenía 7 años, porque es una manera diferente de ayudar a la gente con su duelo. Me gusta que la gente se vaya con la imagen de su familia descansando”.
En la funeraria donde trabaja Miguel los empleados hablan de la muerte como algo habitual, de diario, pero no por eso dejan de faltarle al respeto a los cuerpos, porque “todos vamos para allá” dicen en los pasillos, mientras esperan a que los vuelvan a llamar.