La mendicidad, el hambre, la orfandad, la locura y la senilidad alcanzan a un puñado de personas en el centro de esta ciudad. Esa mezcla de padecimientos se puede oler en el pantalón mojado de un hombre en el suelo, se escucha en las palabras sin sentido que hila a gritos una mujer, se ve en la sonrisa desdentada de uno más al que pocos aceptan mirar.
En noviembre del año pasado la administración capitalina contabilizó a 280 personas que viven en las calles del Centro Histórico y en la entidad se registraron 59.7 mil personas en situación de pobreza extrema, según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Mario es uno de esos desafortunados, aunque desde su perspectiva la vida no parece tan mala mientras observa la vida en las calles y espera a que la primera comida llegue a sus manos; a sus 72 años apenas puede aceptar que es “un ancianito” destinado a rondar por las calles desde que su familia falleció.
Abierto y gentil, Mario platica con el que se le acerca y demuestra que es una persona honrada, cuerda y con un montón de saberes, pero un sabio al que el entorno no le ha favorecido y ha sobrevivido con mil y una carencias, empezando con una encía que nunca tuvo un solo diente, pero aun así articula perfectamente las palabras.
“BARRIGA LLENA, CORAZÓN CONTENTO”
“Me dicen Kalimán porque soy caballero con los hombres, galante con las mujeres, tierno con los niños e implacable con los malvados”, espera unos momentos la reacción de sus nuevos amigos y se suelta a reír luego de compararse con aquel famoso héroe de ojos azules que los mexicanos conocieron antes de los años noventa en la radio.
Hay días en los que puede comer algo que encuentra por ahí, otros se conforma con unos tragos de agua que pide con pena de puerta en puerta, pero cuando le preguntan qué se le antoja tampoco se atreve a pensar en complacencias.
“Yo como de lo que me hagan favor, francamente no se me antoja nada, lo que quiero es estar lleno, no digo que quiero una cosa sabrosa, con agüita y comida tengo una vida feliz, porque barriga llena y corazón contento”.
UN HUÉRFANO MÁS
“Hay muchos huérfanos en las calles, ya no tenemos familia, unos se quedan en el Zenea, otros en los portales, unos en la Comercial y otros en el hospital, pero a veces unos llegan drogados, marihuanos y borrachos, no dejan dormir con su alegata”.
Mario vivía con su tía, una anciana que apenas se podía apoyar en el bastón y en veces no lo reconocía, rentaban por 30 pesos un cuartito en la colonia Reforma Agraria, pero ella ingresó a un asilo gracias a la recomendación de un párroco, y aunque el deseo de Mario era acompañarla, él no fue aceptado porque “No se veía tan grande, no parecía que tuviera 72 años y todavía está muy bien”.
Por eso perdió su hogar y se queda donde se le hace de noche, como dice él, los lugares sobran, pero el frío y el hambre también; preocupado adivina la hora, “¿Qué hora es? Han de ser como las 12, estoy esperando a una señora que siempre me da un taco”, el reloj marca las 12:05 pm, “Ya casi tengo reloj”, dice y vuelve a reír.
La muerte alcanzó a su tía en el asilo y le trajo deudas muy grandes a Mario, lamenta, “Quedé con una droga muy grande, porque me hicieron comprar el ataúd, el café, el pan, pagar la capilla, la carrosa, el panteón”.
LA ENFERMEDAD EN LA CALLE
“Un día se me vino la alta presión, me sentía loco, caminaba por las calles sin rumbo, de la desesperación, entraba por una calle y salía por otra, sentía que todo se me venía encima, que me iban a atropellar y pensaba que la gente me iba a golpear. Pero le dije a la enfermedad, con que sí, con que tú me quieres ganar, pues no me voy a dejar, me quieres llevar muerte, me estarás jaloneando, pero no me llevas, y vamos a ver quién puede más, tú me jalas y yo me jalo pa’ tras”.
Así recuerda Mario a la enfermedad, pero acudió al doctor que solía atender a su familia, quien lo atendió sin cobrar un solo peso, lo recostó, lo auscultó, le dio la razón y le dijo que sufría de alta presión, pero el medicamento que le facilitó estaba etiquetado como Valium, con este ansiolítico se fueron sus padecimientos, asegura.
Para Kalimán las adicciones son el resultado de una mala costumbre, piensa que es una decisión que él no tomaría, “Yo no tomo, no fumo, estoy solito y yo mismo debo saberme dirigir si de verdad quiero mi cuerpo y mi alma”, por eso aconseja a sus amigos que no lo hagan.
DISCRIMINACIÓN
Aunque Mario se tiene a sí mismo en un buen concepto y está seguro de que es un “mil usos”, hace tiempo que nadie quiere contratar sus servicios, “Ahorita ya no me quieren por la edad, sino no estaría aquí perdiendo mi tiempo”.
El Instituto Nacional Electoral (INE) refiere en su página que la sociedad aún no reconoce a las poblaciones en situación de calle como sujetos de derechos en igualdad de condiciones, son miradas y tratadas como potenciales delincuentes, lo que agudiza los actos de discriminación y violencia tanto del Estado como de la población en general.
“Las acciones y programas gubernamentales generados para la atención de esta población se han realizado desde una perspectiva de ‘discriminación titular’ o ‘cero tolerancia’, que los estigmatiza y trata como víctimas o delincuentes”.