“Ni amo, ni dios”. Con este viejo lema anarquista se reinvindica el exhorto ateísta y anarquista mismo, estableciendo el no al principio de autoridad, ya sea sobrenatural o muy terrenal. La actualización de dicho lema, “Ni amo, ni dios, ni marido, ni partido, ni de futbol” aparece en una imagen de esténcil escrito en letras rosas en la portada de Lectura fácil (Anagrama), novela ganadora del Premio Herralde de Novela 2018, de la autora española Cristina Morales (Granada, 1985).
Es de celebrar que los muros limítrofes que establecen los géneros literarios cada vez ceden más a la propuesta de la literatura contemporánea. En este sentido, es menester poner de ejemplo a El ruletista (Impedimenta, 2011) de Mircea Cărtărescu, que se debate lúdicamente entre la denominación de novela corta o cuento largo. La celebración deviene en rebelión con la propuesta de Morales: una obra irreverente que rompe con lo establecido en cuanto a novela se refiere.
Los personajes principales son cuatro mujeres parientes, Nati, Patri, Marga y Àngels, que padecen diversos grados de discapacidad intelectual (que a la postre el lector descubrirá que se trata de una elocuente metaforización del ser mujer), de acuerdo a lo que se considera a priori en la novela. Los retratos de los personajes se plasman meticulosa y experimentalmente en un texto pastichesco, por momentos autobiográfico o con referencias a las actividades cotidianas de la autora, que juega con los mecanismos tradicionales de la narración en primera persona, así como transcripciones de actas declaratorias, asamblearias y judiciales. Y más: en las páginas centrales, el lector se encontrará con un bonito fanzine feminista/anarquista que postula las principales actualizaciones del feminismo (el concepto de poscensura, por ejemplo) y ejercicios ensayísticos y editoriales sobre el neoliberalismo, análisis cinematográfico desde el feminismo y otras preocupaciones tan legítimas como vigentes.
A lo largo de sus más de 400 páginas, el lector acude al desafío (si quiere) de aceptar confrontarse a un nuevo esquema de lectura, en plena intención (o quizás resultó sin que la autora se lo propusiera, siendo francos), de establecer contradicciones, desvelar y exhibir nuestra ignorancia, revelando nuestra doble moral o condenando al fracaso a nuestra rigidez conceptual, literaria y moral, sobre a nivel de nuestros prejuicios.
Finalmente, el premio Herralde se ha otorgado a un trabajo polémico aunque quizás panfletario.
En la trayectoria del arte combativo, Morales ha encontrado su nicho, su mercado, desde los indignados (Los combatientes) hasta su propuesta de reivindicación feminista de Santa Teresa de Jesús (Malas palabras). En Lectura fácil ocurre lo mismo, pero la autora pone en verborrea y en una misma galaxia varios asuntos: el fenómenos de los okupas, el machismo, la sexualidad, la probreza económica y la precariedad moral. Al poner los temas en las cuatro mujeres con supuesta discapacidad intelectual la autora ha corrido con menos suerte, y desvela, por fin, en un sarcasmo lacerante: el Herralde sale más beneficiado premiando a una novela combativa, que la autora y el monto de 18 mil euros que le corresponden por el premio. Me explico.
Para construir los cuatro discursos, aunque se infiere el virtuisismo con el que la autora domina la narración en primera persona, esta resulta redundante, confusa y, por ser tan profusa, caótica en un sentido que rompe la narración. Es como si la autora hubiese querido pisotear convencionalismos recurriendo a distintos convencionalismos porque, aunque la propuesta es heterogénea, no escapa del facilismo anecdótico y entreguista a costa del retrato de las cuatro mujeres.
Más lamentable aún es que el lector podrá concluir que las cuatro mujeres configuran a una misma mujer, pero esto implicaría un forzado trabajo de sobreinterpretación y lecturas metaficcionales de un nivel que le restarían lo combativo a la novela, para colocarlo en la charola de cristal del elitismo posestructuralista que aún pervive de manera pretenciosa.
Aunque es entretenida, y presenta una de las mejores escenas eróticas lésbicas de la literatura contemporánea (narración que desvela el repertorio hiperbólico y sublime de Morales), su trascendencia resulta localista. Y es quizás, por esa distancia que toma el lector no español, que en lugar de acudir al encuentro con la ironía, nos encontramos con un intento pastichesco autocomplaciente. Su irreverencia y combatividad narrativas terminan por ceder a la pretensión ensayística que, si bien tunde a las posturas plásticas del feminismo y anarquismo contemporáneas desbrozando a las pretensiones oportunistas y políticamente correctas, no terminan por definirse, quedando en un mero disparo al aire. Su revolución y combatividad se asemejan al primer disco de Lorde o al actual de Billie Eilish: aprovechemos que está de moda y vigente porque, por esa combatividad efímera de espíritu socialmedia, tiene el sino indeleble de la fecha de caducidad.
En la búsqueda de la intertextualidad, a través de la cual se proyecta de manera obvia la postura económico-política de la autora, por momentos resulta más enriquecedor y entretenido acudir a las referencias, aunque con menos entusiasmo tengamos que pagar el resto de la lectura. Así, encontramos desde la activista boliviana María Galindo, hasta Jason Brennan y su Contra la democracia, no sin optar por tundir con descalificaciones a Carolin Emcke, autora del ensayo Contra el odio (Taurus, 2018).
Pastichesca, asertiva y sagazmente complaciente con su causa, Morales apuesta a su vocación ensayística desde otras voces, más que a una propuesta innovadora ficcional y original en lo estilístico. En ese sentido pierde el rumbo y autoría, porque la autora más bien ejecuta el rol de portavoz, de compiladora de facilismos, más que de creadora, resultando un innecesariamente largo y repetitivo manifiesto.
Paradójicamente, el que le hayan otorgado el Herralde la coloca en el sistema de legitimación facha que la misma novela critica.
@doctorsimulacro