Por unos 50 años la familia de doña Vicenta se ha dedicado al negocio de los alimentos, primero en el puesto frente al templo de La Cruz, en la capital queretana y cuando el mercado migró de lugar, lo siguieron, siempre conservando el nombre y recuerdo de su creadora, quien pasó a mejor vida hace tres años.
El buen trato de doña Vicenta Campos Rangel no lo olvidan los clientes, algunos de los cuales aún preguntan por ella, pues el que más, lleva 40 años fiel al negocio, narra Rosario Martínez Saucedo, nuera de la fundadora.
“Hay que agradecer a mi suegra, que nos dejó muchísimos clientes que, bendito Dios, aún nos siguen. Tengo 15 años (de trabajar aquí) pero… hay hijos de esos clientes que ahora vienen y nos hacen el comentario que fueron clientes desde pequeños, porque sus papás los traían… quienes me preguntaron por mi suegra son clientes de los señores ya grandes… Personas grandes… que ya tienen, seguro, 40 años de venir aquí, ya tienen hasta nietos que vienen a comer con ellos”.
Como estipuló Vicenta, todos los alimentos deben prepararse el mismo día, sostiene Martínez Saucedo, al recapitular que debió ser difícil para su suegra el hacerse de una clientela, por lo que quienes quedan al frente tienen la responsabilidad de “echarle ganas”, sin reparar a pensar si el cliente es amable o grosero, pues a todos se les debe “atender con una sonrisa en el rostro”.
Gerardo Monroy, hijo de la dueña original, narró que el “Puesto de Antojitos Doña Vicenta” inició cuando su mamá llegó a Querétaro, junto con sus cinco hijos, con quienes llegó de la Ciudad de México y todos trabajaron en el local.
Si bien, vivían en la Ciudad de México, toda la familia de Vicenta era de Querétaro, por lo que al retomar su ciudadanía se dedicó a lo que sabía hacer: dedicarse al comercio, aunque ella especializada en “los antojitos”: pozole, tostadas, manitas de puerco; productos que ahora se ampliaron a tamales, tacos, guajolotes, enchiladas, sopes, flautas y aguas frescas.
“Lo que es el templo de La Cruz, estábamos ahí, lo que ahora es Plaza Fundadores. Veníamos de México y mi mamá siempre ha sido de familia de comerciantes. Sus hermanas también tenían puestos ahí. Llegamos nosotros y compró un pequeño puesto en lo que era el mercado de La Cruz. Todos nosotros veníamos muy pequeños, somos cinco de familia. Éramos cuatro hombres, ahorita somos tres, se murió uno; y una mujer. Nos tenía ahí a todos y nos manteníamos. Todos estábamos estudiando”.
Su hermana Patricia decidió dedicarse al hogar, mientras que su hermano Rodolfo decidió trabajar como ayudante de carnicero en un rastro, por lo que sólo mantienen viva la tradición y el puesto tanto él con su esposa como su hermano Fernando y su esposa María, con quienes se turnan cada semana la propiedad del negocio.
“Cuando se vino Garibaldi aquí, al mercado de La Cruz, no hicieron puestos para la noche, entonces, nosotros no teníamos local; nos acomodaron en el frente del mercado con unas mesas y unos bancos y ahí duramos cinco años, en lo que se construyó la nave de la noche… Hace 38 años nos pasamos para acá”.
Aunque el puesto alterna dueño, la obligación es conservar precios y horarios, así como cuidar que sólo se sirvan alimentos preparados el mismo día.
“Siete de la mañana se hace todo lo que viene ya. Ya viene todo preparado, ya nada más se calienta, se acomoda y se sirve. Aquí, en Garibaldi, es desde las cinco de la tarde a las dos de la mañana, de lunes a domingo”.
Resaltó que además de la comida que se comercia en su puesto, el mercado de La Cruz ofrece a los visitantes variedad de alimentos, de tal forma que quienes decidan aprovechar las décadas de tradición, tendrán muchas opciones para saciar el apetito: birria, barbacoa, postres y otros tipos de “garnachas” que se ofrecen en Querétaro.
“Son 40 puestos en esta pequeña nave… Se puede decir que es una tradición familiar. Venimos de familias de comerciantes mi esposa y yo; ahora sí que es lo único que sabemos hacer”, afirma mientras apresta los insumos para comenzar a atender a los famélicos clientes que, de a uno o en grupo, irán invadiendo los pasillos del tradicional mercado de La Cruz.