Sin juguetes, dulces o fiestas, así celebran este día algunos niños, quienes ante la situación económica trabajan para ayudar a su familia en condiciones que incluso ponen en riesgo su vida. Parados en los cruceros de la ciudad, en sitios públicos y hasta en obras de construcción, pasarán su día con la esperanza al menos de tener una buena comida en el día.
Entre ellos está Flor, una niña de 8 años que junto con sus dos hermanas menores, se dedica a pedir una moneda en uno de los cruceros del Centro Histórico. Proveniente de uno de los municipios indígenas del estado, aparenta mucho menos edad de la que tiene y pasa gran parte del día trabajando y sin la posibilidad de ir a la escuela.
Su mamá, con 25 años y tres hijos, se dedica a pedir limosna con uno de sus niños amarrado a la espalda, ella también parece más joven de lo que es y refiere que apenas junta el dinero para sostener a su familia.
"Llevamos poco tiempo aquí, porque en el pueblo no tenemos de qué trabajar y pues de algo tenemos qué comer", menciona mientras amamanta a su bebé.
NO SALÍ BUENO PA’ LA ESCUELA
Con las manos ya maltratadas por el trabajo, José tiene tres años trabajando de "chalán" de albañil, tiene 15 años de edad y su propósito es especializarse en la plomería y herrería porque "no salí bueno pa' la escuela".
"Empecé a los 12 años a trabajar con mi tío porque no salí bueno pa' la escuela, solo hice la secundaria y ya no quise ya mejor quiero dedicarme a la plomería eso es lo que deja dinero", asegura José.
Lo que le interesa es ganar dinero, porque dice que estudiar no le dará para comer y pese a su corta edad prefiere seguir "en la obra" aunque no le guste tanto, y pese a que incluso ponga en riesgo a su vida ante una posible caída o lesión que podría sufrir durante la labor que realiza.
AYUDO A MIS PAPÁS
Lalo es un niño de 10 años, quien en la mañana se dedica a lavar coches y en la tarde va a la escuela, todo para ayudar a sus papás que se dedican a lo mismo en un centro comercial de la ciudad.
Se arriesga al pasar entre los coches estacionados, sin la supervisión de una persona mayor, atraviesa las calles ofreciendo sus servicios con su franela en la mano y sin importar el peso de las cubetas, hace su trabajo de la mejor manera posible con la satisfacción de que contribuye al bienestar de su familia.
“Ayudo a mis papás todos los días, porque a veces no tenemos que comer y por lo menos las monedas que sacamos las usamos para comprar leche, pan y a veces hasta pollo para comer bien”, comenta Lalo.
Para este Día del Niño solo pide una cosa: Unos tenis nuevos con los que pueda seguir jugando futbol, el deporte que más le gusta, y que pese a las obligaciones que ha adquirido, le permite recordar que sigue siendo un niño que también ríe y se divierte.