/ lunes 20 de mayo de 2024

“Querétaro es un estado bendito, es la California de los Estados Unidos”: Alfonso Soto

Ganadero y empresario exportador de hortalizas recuerda cuando Querétaro tenía sólo 50 mil habitantes


Querétaro es un estado bendito, es la California de los Estados Unidos, donde producen todo, hasta petróleo, con una rica tierra, un litoral grande y un turismo impresionante. Querétaro no tiene mar, pero sí muchas cosas que ver”.

Quien lo asegura es don Alfonso Soto Septién, un hombre dedicado al campo y la ganadería en nuestro estado y prácticamente el único exportador queretano de hortalizas a los Estados Unidos, actividad que inició en 1966 y que ha mantenido ininterrumpidamente desde entonces.

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“Exportamos todos los días”, dice don Alfonso sobre el trabajo cotidiano que se realiza en su rancho “El Milagro”, en Huimilpan; “es un ciclo y diario plantamos lo mismo que vamos a enviar, porque no puedes dejar de alimentar al mercado”. Y aunque actualmente su empresa sólo exporta a Estados Unidos (“es un mercado que lo consume todo”), en su oportunidad lo hizo también a Japón y Taiwán.

Empezó con la exportación de ajo, hace ya casi sesenta años, lo ha hecho con brócoli, coliflor, apio y alcachofas, y ahora lo hace con diversas variedades de lechuga: italiana, francesa, orejona, morada…

Aunque la exportación la había iniciado su padre, cultivando ajo en sociedad con un americano que estaba en una planta dedicada a hacer sal y hojuelas de ajo, don Alfonso consolidó esta vocación agrícola una vez recibido, a los veintitrés años, cuando su progenitor le sugirió ir a California para ver el contexto del campo allá y el gran cambio tecnológico que México requería.

“Estuve en Valle del Salinas, luego en Valle de Imperial y más tarde me fui a Canadá a ver el aspecto ganadero. Era un sistema mucho más avanzado. Fue muy interesante para mí ver la forma en que se trabajaba. Estuve siete meses, directamente en el campo, y ví realmente lo que me interesaba, que era el manejo de la maquinaria, de los sistemas de riego y de las cosechas”, recuerda sobre aquel viaje.

“Cuando yo estuve en Estados Unidos trabajé para un señor que para mí fue un segundo padre; se llamaba John Bessy. Él también sembraba ajo y cuando se dio cuenta que mi papá lo sembraba, nos propuso que nos asociáramos, ya no para alimentar una fábrica, sino para el mercado libre”, recuerda. “En aquella época (1966) nunca se firmó un papel y empezamos a trabajar hasta que terminamos por ahí del 2000, cuando empezó a llegar ajo de China a un precio muy barato”.

En aquella década de los sesenta del pasado siglo el campo queretano era distinto, según lo recuerda Soto Septién: “Querétaro nunca fue un estado productor de hortalizas; se sembraba trigo, maíz, y alfalfa para el ganado. Ya posteriormente vino Impulsora Agrícola que propició que se sembrara cebada para vender a las cerveceras; estuvo varios años aquí y fue importante, porque contrataban cebada para vender a la Corona y a la Cuauhtémoc”.

Hace un recuento de lo poco que en exportación de hortalizas se dio desde entonces en tierras queretanas y recuerda a José Antonio Urquiza, que estuvo un tiempo exportando, y a “Expohort”, cuya planta rescató don Pepe Roiz. “Actualmente creo que somos los únicos exportadores”.

Asegura que para sembrar se requiere de tierra, de agua y de personal, pues sin estos elementos no existe nada, al reconocer los retos que está enfrentando, y enfrentará cada vez más evidentemente, el campo.

“Antes había mucha tierra de temporal, casi todos los ejidatarios sembraban de temporal en los cincuentas y sesentas, pero hoy en México ya no llueve y en Querétaro nunca tuvimos las temperaturas que ahora padecemos. Al no llover, las presas están secas y los acuíferos disminuídos. Antes bombeábamos a veinte metros, hoy estamos bombeando a ciento cincuenta y hay quien lo está haciendo a trescientos. Ese es un factor grave, no sólo para el campo en Querétaro sino para la humanidad”.

Un factor adicional a considerar es el de la mano de obra, necesaria siempre para el trabajo en el campo. En “El Milagro”, donde se siembran las hortalizas que se exportan a diario, no hay prácticamente empleados de la zona, pues existe una emigración muy importante, y la empresa exportadora transporta trabajadores desde otros sitios, como San Luis de la Paz, en Guanajuato.

“El parque industrial de Querétaro requiere de mucha mano de obra, y a la gente ya no le gusta trabajar en el campo, aunque creo que pagamos mejor en el campo que en las industrias”.

A ello hay que agregar el crecimiento de las poblaciones, que se ha ido comiendo las tierras de cultivo. Recuerda, al abordar ese tema, el letrero que estaba a la entrada de la ciudad: 50 mil habitantes, y las muchas tierras de sembradío que existían en los alrededores de El Jacal o del Cerro de las Campanas.

“Todos los ejidatarios, que tienen cerros insembrables, pueden llegar a vender hasta en millón de pesos la hectárea a los fraccionadores”.

Se trata de un problema, el del crecimiento urbano, que afecta también, y tanto como el de la ausencia de mano de obra, a la ganadería, un ámbito en el que don Alfonso también tiene una amplia experiencia, aunque ahora no tiene ya vacas (“Vanegas”, su rancho de toda la vida fue vendido hace siete años y hoy está ya fraccionado).

“Por ahí de los setentas empieza el boom de la leche”, recuerda sobre los tiempos en los que se tenía la meta de producir un millón de litros diarios, "pero la leche siempre tuvo un precio bajo y controlado, y eso ha hecho que los productores tengan márgenes muy reducidos de ganancia, y así se fueron acabando. Ya no encuentras a productores como los de antes, que tenían cincuenta o cien vacas, sólo quedaron los grandes, y esos grandes, que no son muchos, están todos en Alpura”.

A la sacrificada profesión de ganadero, que requiere de alimentar y ordeñar al ganado todos los días, le ha ayudado el desarrollo tecnológico, que permite hoy contar con modernas ordeñadoras automáticas, y un efectivo desarrollo en la producción. “Antes una vaca te daba, en promedio, unos quince litros de leche, hoy los grandes productores deben andar entre los treinta y cinco o cuarenta litros por vaca”.

“Las vacas van a seguir mientras no les llegue la civilización, porque no es cuestión de amor, es cuestión de que, si llegan y te dan una fortuna por tu tierra, ¿para qué sigues batallando?”, sentencia.

Durante nuestra charla, don Alfonso menciona, en un par de ocasiones, su satisfacción por que su hijo, Alfonso Soto Pesquera, le haya encontrado el gusto, el amor, al negocio familiar, del que está ahora al frente, pues, según asegura, la subsistencia del campo y la ganadería también es un asunto de herencia, una herencia que se está acabando.

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“Acabamos de importar una cultivadora alemana que tiene sensores y cámaras, y que nos está ayudando mucho con el deshierbe, y también hay cosechadoras automáticas. Ya en muchos sitios se empaca directamente en el campo y de ahí se va a los cuartos de refrigeración”, precisa con la misma intención, con idéntico entusiasmo, de los que tuvo, hace sesenta años, en los valles californianos, al ver los procesos que se seguían para cosechar hortalizas.

“La lechuga debe mantenerse a dos grados en su corazón”, dice apenas como un comentario que culmina con otro que habla del porqué de sus resultados de éxito, del porqué sigue exportando a diario a los Estados Unidos: “Cuando estás exportando no puedes exponerte a que digan que tu producto es una cochinada; va tu marca en la bolsita”.

Una marca que ha dignificado al campo queretano.


Querétaro es un estado bendito, es la California de los Estados Unidos, donde producen todo, hasta petróleo, con una rica tierra, un litoral grande y un turismo impresionante. Querétaro no tiene mar, pero sí muchas cosas que ver”.

Quien lo asegura es don Alfonso Soto Septién, un hombre dedicado al campo y la ganadería en nuestro estado y prácticamente el único exportador queretano de hortalizas a los Estados Unidos, actividad que inició en 1966 y que ha mantenido ininterrumpidamente desde entonces.

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“Exportamos todos los días”, dice don Alfonso sobre el trabajo cotidiano que se realiza en su rancho “El Milagro”, en Huimilpan; “es un ciclo y diario plantamos lo mismo que vamos a enviar, porque no puedes dejar de alimentar al mercado”. Y aunque actualmente su empresa sólo exporta a Estados Unidos (“es un mercado que lo consume todo”), en su oportunidad lo hizo también a Japón y Taiwán.

Empezó con la exportación de ajo, hace ya casi sesenta años, lo ha hecho con brócoli, coliflor, apio y alcachofas, y ahora lo hace con diversas variedades de lechuga: italiana, francesa, orejona, morada…

Aunque la exportación la había iniciado su padre, cultivando ajo en sociedad con un americano que estaba en una planta dedicada a hacer sal y hojuelas de ajo, don Alfonso consolidó esta vocación agrícola una vez recibido, a los veintitrés años, cuando su progenitor le sugirió ir a California para ver el contexto del campo allá y el gran cambio tecnológico que México requería.

“Estuve en Valle del Salinas, luego en Valle de Imperial y más tarde me fui a Canadá a ver el aspecto ganadero. Era un sistema mucho más avanzado. Fue muy interesante para mí ver la forma en que se trabajaba. Estuve siete meses, directamente en el campo, y ví realmente lo que me interesaba, que era el manejo de la maquinaria, de los sistemas de riego y de las cosechas”, recuerda sobre aquel viaje.

“Cuando yo estuve en Estados Unidos trabajé para un señor que para mí fue un segundo padre; se llamaba John Bessy. Él también sembraba ajo y cuando se dio cuenta que mi papá lo sembraba, nos propuso que nos asociáramos, ya no para alimentar una fábrica, sino para el mercado libre”, recuerda. “En aquella época (1966) nunca se firmó un papel y empezamos a trabajar hasta que terminamos por ahí del 2000, cuando empezó a llegar ajo de China a un precio muy barato”.

En aquella década de los sesenta del pasado siglo el campo queretano era distinto, según lo recuerda Soto Septién: “Querétaro nunca fue un estado productor de hortalizas; se sembraba trigo, maíz, y alfalfa para el ganado. Ya posteriormente vino Impulsora Agrícola que propició que se sembrara cebada para vender a las cerveceras; estuvo varios años aquí y fue importante, porque contrataban cebada para vender a la Corona y a la Cuauhtémoc”.

Hace un recuento de lo poco que en exportación de hortalizas se dio desde entonces en tierras queretanas y recuerda a José Antonio Urquiza, que estuvo un tiempo exportando, y a “Expohort”, cuya planta rescató don Pepe Roiz. “Actualmente creo que somos los únicos exportadores”.

Asegura que para sembrar se requiere de tierra, de agua y de personal, pues sin estos elementos no existe nada, al reconocer los retos que está enfrentando, y enfrentará cada vez más evidentemente, el campo.

“Antes había mucha tierra de temporal, casi todos los ejidatarios sembraban de temporal en los cincuentas y sesentas, pero hoy en México ya no llueve y en Querétaro nunca tuvimos las temperaturas que ahora padecemos. Al no llover, las presas están secas y los acuíferos disminuídos. Antes bombeábamos a veinte metros, hoy estamos bombeando a ciento cincuenta y hay quien lo está haciendo a trescientos. Ese es un factor grave, no sólo para el campo en Querétaro sino para la humanidad”.

Un factor adicional a considerar es el de la mano de obra, necesaria siempre para el trabajo en el campo. En “El Milagro”, donde se siembran las hortalizas que se exportan a diario, no hay prácticamente empleados de la zona, pues existe una emigración muy importante, y la empresa exportadora transporta trabajadores desde otros sitios, como San Luis de la Paz, en Guanajuato.

“El parque industrial de Querétaro requiere de mucha mano de obra, y a la gente ya no le gusta trabajar en el campo, aunque creo que pagamos mejor en el campo que en las industrias”.

A ello hay que agregar el crecimiento de las poblaciones, que se ha ido comiendo las tierras de cultivo. Recuerda, al abordar ese tema, el letrero que estaba a la entrada de la ciudad: 50 mil habitantes, y las muchas tierras de sembradío que existían en los alrededores de El Jacal o del Cerro de las Campanas.

“Todos los ejidatarios, que tienen cerros insembrables, pueden llegar a vender hasta en millón de pesos la hectárea a los fraccionadores”.

Se trata de un problema, el del crecimiento urbano, que afecta también, y tanto como el de la ausencia de mano de obra, a la ganadería, un ámbito en el que don Alfonso también tiene una amplia experiencia, aunque ahora no tiene ya vacas (“Vanegas”, su rancho de toda la vida fue vendido hace siete años y hoy está ya fraccionado).

“Por ahí de los setentas empieza el boom de la leche”, recuerda sobre los tiempos en los que se tenía la meta de producir un millón de litros diarios, "pero la leche siempre tuvo un precio bajo y controlado, y eso ha hecho que los productores tengan márgenes muy reducidos de ganancia, y así se fueron acabando. Ya no encuentras a productores como los de antes, que tenían cincuenta o cien vacas, sólo quedaron los grandes, y esos grandes, que no son muchos, están todos en Alpura”.

A la sacrificada profesión de ganadero, que requiere de alimentar y ordeñar al ganado todos los días, le ha ayudado el desarrollo tecnológico, que permite hoy contar con modernas ordeñadoras automáticas, y un efectivo desarrollo en la producción. “Antes una vaca te daba, en promedio, unos quince litros de leche, hoy los grandes productores deben andar entre los treinta y cinco o cuarenta litros por vaca”.

“Las vacas van a seguir mientras no les llegue la civilización, porque no es cuestión de amor, es cuestión de que, si llegan y te dan una fortuna por tu tierra, ¿para qué sigues batallando?”, sentencia.

Durante nuestra charla, don Alfonso menciona, en un par de ocasiones, su satisfacción por que su hijo, Alfonso Soto Pesquera, le haya encontrado el gusto, el amor, al negocio familiar, del que está ahora al frente, pues, según asegura, la subsistencia del campo y la ganadería también es un asunto de herencia, una herencia que se está acabando.

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“Acabamos de importar una cultivadora alemana que tiene sensores y cámaras, y que nos está ayudando mucho con el deshierbe, y también hay cosechadoras automáticas. Ya en muchos sitios se empaca directamente en el campo y de ahí se va a los cuartos de refrigeración”, precisa con la misma intención, con idéntico entusiasmo, de los que tuvo, hace sesenta años, en los valles californianos, al ver los procesos que se seguían para cosechar hortalizas.

“La lechuga debe mantenerse a dos grados en su corazón”, dice apenas como un comentario que culmina con otro que habla del porqué de sus resultados de éxito, del porqué sigue exportando a diario a los Estados Unidos: “Cuando estás exportando no puedes exponerte a que digan que tu producto es una cochinada; va tu marca en la bolsita”.

Una marca que ha dignificado al campo queretano.

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