“Yo creo que para hacer este tipo de obras se necesita ser valiente”, dice al referirse a la transformación de la avenida 5 de Febrero en la capital queretana. “Los gobernantes tienen que hacer obras útiles, aunque representen un sacrificio para el pueblo; es importante que la ciudadanía tenga comprensión, porque al final va a ser la beneficiada”.
El arquitecto Luis Alfonso Fernández toca el tema de la obra de infraestructura vial más importante de la actualidad al recordar los años previos a su ingreso a la UNAM, donde descubrió su interés por el urbanismo. En ese entonces, el gobernador Manuel González de Cosío tomó decisiones muy fuertes en la materia, incluso en contra de los intereses de su propia familia, al abrir arterias citadinas como Corregidora y Ezequiel Montes. Eran tiempos también en los que se acercó a Querétaro el ingeniero Bernardo Quintana, por quien Fernández tiene una especial admiración.
Tras sus estudios universitarios en la UNAM, Fernández recuerda su regreso a Querétaro, su tierra natal, para encontrarse con un escaso desarrollo y un panorama que él califica como “gris y opaco”, hasta que apareció en la política local un personaje al que define como “un huracán”: Rafael Camacho Guzmán. Al popular personaje lo conoció desde niño, e incluso fue padrino de su boda, pero un mayor acercamiento se dio en las épocas en las que el llamado “Negro Camacho” era senador de la República. Fue él quien lo envió con don Fidel Velázquez, el eterno dirigente de la CTM, por quién ingresó a la comisión de vivienda del Infonavit, recién creado.
Dispuesto a compartir algunas de las muchas anécdotas que vivió al lado de Camacho Guzmán, recuerda la de la ocasión en la que don Rafael, cuando ya era candidato a gobernador, invitó a un grupo de notables queretanos, empresarios la mayoría, a una reunión con el entonces presidente de la República en Los Pinos. “Cuando llegan con López Portillo, que era un personaje que imponía, el presidente dijo, mientras los miraba: Así que éstos son los principales de Querétaro, los que vinieron a hablar mal de tí aquí; sí, están todos, no falta ninguno… Bueno pues que se porten bien, que no roben y que paguen sus impuestos”, parafrasea al titular del Ejecutivo, para después rematar con una sonrisa; “Era un mula”.
Fernandez Siurob se convirtió, gracias a la confianza que le generaba, en un asesor del gobernador Camacho en materia de obra pública y de urbanismo; fue él quien le explicó al mandatario el origen de las inundaciones que sufría la capital queretana, pues cuando los españoles (“sus paisanos”, le decía con ironía don Rafael) trazaron la ciudad, modificaron el cauce del río sin atender a que el agua siempre busca su salida natural. “Para esa época ya se habían invadido muchísimos valles erróneamente; el primer fraccionamiento que se hizo, que fue la Cimatario, estaba en una zona de asentamientos pluviales, una zona pantanosa y que dio problemas toda la vida, porque eran los bordos de carretas; ahí caía el agua, pero ya estaba hecho”
“Yo recuerdo que le dí una idea que respetó muy fielmente”, asegura sobre sus consejos al gobernante, “y siempre sostuvo el criterio radical de que no se autorizaría ningún parque industrial más hasta que no se saturaran los que ya se tenían, que los especuladores se vieran forzados a construir o a vender. Fue entonces también cuando se dieron los primeros pasos en el plan de desarrollo urbano de Querétaro”
Una de las labores trascendentales que desarrolló Fernández Siurob, además de las obras emblemáticas del estadio y el auditorio, fue la restauración de varios significativos monumentos históricos, entre los que destaca, desde luego, el hoy Palacio de Gobierno, que anteriormente fungía como oficinas municipales y cárcel del estado. Se trató de una faraónica obra que tardó dos años y medio en concluirse.
“Fue un reto muy complicado”, sostiene Fernández sobre esa obra en concreto. “Había mucha irregularidad en los niveles, porque cada nuevo gobernante que llegaba le ponía otro piso, y cuando empezamos a buscar el piso original, nos encontramos con seis capas, una arriba de otra”. Y luego va más allá cuando recuerda anécdotas extraordinarias: “Un día que estaban abriendo, me gritan para que fuera; se veían dos huaraches de llanta; había tres cuerpos enterrados de cabeza. Le hablé a la Procuraduría y, según las investigaciones, los habían enterrado vivos. Por las pruebas de Carbono 14 y por las vestimentas se determinó que eran de la época en que ahí estaba la Policía Rural, en tiempos de Saturnino Osornio. El hallazgo se volvió un problema, porque teníamos que trabajar a puerta cerrada, con policías y pasando lista todos los días”.
No fue el único hallazgo de esa naturaleza. El arquitecto recuerda que al abrir un muro encontraron el cadáver de otro hombre, con cadenas y empalizado. Ahí se determinó que databa de los tiempos del Virreinato. “Un día me citó el gobernador y me dijo: Oiga, ¿qué pasó con las moneditas? ¿Cuántas ha encontrado?”, rememora, entre risas, Fernández. “No se ha encontrado nada, señor; si hasta cuando encontramos un huarache le aviso”.
“Tardamos un año en hacer calas, en conseguir autorizaciones y en hacer las demoliciones necesarias, y luego vino la consolidación”, insiste sobre un trabajo que considera meticuloso y respetuoso. “Siempre respeté los cimientos, las trazas. Donde era la cárcel de varios pisos lo dejé como era y quedaron unas oficinitas pequeñas, y también encontré unos mosaicos originales muy bonitos en las recámaras de la Corregidora; eran azulejos pintados, una obra de arte cada uno de ellos, y ahí los dejamos”.
Las anécdotas fluyen y cuenta una más, suscitada durante aquella laboriosa remodelación: “De repente tocan a la puerta, ordenando que abriéramos o entraban a la fuerza. Eran agentes federales que venían de la Ciudad de México y que ya me querían llevar detenido. Les mostré los permisos que tenía enmicados y nos fuimos a Plaza de Armas. Ahí llegaron otros policías, estos sí polis, que decían que me iban a llevar, porque yo no no dejaba revisar la obra y porque no tenía una autorización de alguna autoridad de Querétaro. Ahí estaba yo peleándome con todo el mundo, cuando reparé en que Camacho estaba sentado en una banca del jardín, con su tejana y su puro. Le dije: se está divirtiendo, ¿verdad?, y él le dice a los polis: Yo ni lo conozco, y se voltea para otro lado. Ya después supe que los federales sí eran ciertos, pero que a los policías los había mandado él para que me detuvieran para evitar que me llevaran los de México. Esa era la treta”.
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Tras esa obra, Fernández Siurob también rehabilitó la casa donde se instalaría la Procuraduría, hoy sede de la Secretaría de Gobierno, el primer palacio legislativo, también en Plaza de Armas, y la Casa de Gobierno. Tiempos vendrían en que se haría cargo, tras el concurso correspondiente, de la magna obra del estadio.
“A mí me persigue el espíritu de la Corregidora”, sostiene bromeando. “Construí el estadio Corregidora, el auditorio Josefa Ortiz de Domínguez y en El Pueblito las instalaciones que finalmente albergan las oficinas del Municipio de Corregidora”.
Personaje clave en el desarrollo del Querétaro moderno, Luis Alfonso Fernández Siurob ha dejado en sus hijos las tareas propias de su formación y ahora, entre otras cosas, suele pasar ratos de gran felicidad acompañando y cuidando a sus nietos. Ya prepara, de hecho, un viaje con una nieta y se alista para recibir a otros por la tarde de este día que nos recibió en su casa de siempre. Sus obras hablan por sí mismas de su capacidad profesional.