/ domingo 5 de abril de 2020

Vivir en el drenaje en tiempos de epidemia

Seis meses viviendo allí, sin un empleo y con un vicio por mantener

Ramón - así le llamaremos al hombre que vive en el drenaje, pues accedió a contarnos su historia pero no quiso que su identidad apareciera - es del Estado de México. En su juventud formó parte de las fuerzas armadas, estuvo en la 17ava zona militar y es por eso que llegó a Querétaro hace más de treinta años.

Lleva seis meses viviendo en el drenaje que desemboca al Río Querétaro, en la colonia de Santa María Magdalena de la capital queretana. Cuando lo conocimos se acababa de encontrar una carreola que desmontó de la parte superior para después colocarle una caja. Eso le sería más útil pues recolecta chatarra, actividad que le permite ganarse unos pesos. También barre las tienditas en las que le dan su propina.

Su dormitorio es un tanto inclinado y a ras de piso, en la tierra, al lado de un par de tuberías que desembocan al río. El olor es muy fuerte, unos minutos ahí y la cabeza comienza a doler. Los primeros días, comenta que se dormía en la tubería pero el olor era tan fuerte que no lo resistió. “Cuando se sale mucho el olor le pongo un cartón, por eso me duermo aquí al lado. Las ratas seguido andan por ahí pero solo las espanto… si se me han subido cuando estoy dormido”.

Estamos viviendo una epidemia en tiempo real y el mundo está detenido ante el coronavirus. Mucho se habla de extremar medias de higiene personal así como de limpieza meticulosa en nuestro entorno. No todos pueden seguir los lineamientos de contingencia, algunos se conforman con tener algo qué comer y dónde dormir. “No tengo dónde darme un baño, me compré unas tijeras que uso para recortarme la barba y el pelo… Si he visto señoras con sus cubrebocas, yo así ando barriendo, sin cubrirme pero no tengo miedo. Como tomo alcohol digo en mi mente ‘el alcohol mata todo’.”

Eran las seis y media de la tarde, su única comida -unas migajas con tortillas y un jugo- la había hecho desde el medio día. A veces come dos veces al día, una o las tres, dependiendo cómo marche su día, aunque sí ha habido ocasiones en las que se ha quedado sin comer. No cocina pues no tiene dónde hacer o dónde guardar, todo es al momento. Lo único con lo que se conforma es que le presten un lugar dónde dormir “si fuera posible me prestaran un terreno, deshiervarlo, mantenerlo limpio pero no adueñarme”.

Ramón - así le llamaremos al hombre que vive en el drenaje, pues accedió a contarnos su historia pero no quiso que su identidad apareciera - es del Estado de México. En su juventud formó parte de las fuerzas armadas, estuvo en la 17ava zona militar y es por eso que llegó a Querétaro hace más de treinta años.

Lleva seis meses viviendo en el drenaje que desemboca al Río Querétaro, en la colonia de Santa María Magdalena de la capital queretana. Cuando lo conocimos se acababa de encontrar una carreola que desmontó de la parte superior para después colocarle una caja. Eso le sería más útil pues recolecta chatarra, actividad que le permite ganarse unos pesos. También barre las tienditas en las que le dan su propina.

Su dormitorio es un tanto inclinado y a ras de piso, en la tierra, al lado de un par de tuberías que desembocan al río. El olor es muy fuerte, unos minutos ahí y la cabeza comienza a doler. Los primeros días, comenta que se dormía en la tubería pero el olor era tan fuerte que no lo resistió. “Cuando se sale mucho el olor le pongo un cartón, por eso me duermo aquí al lado. Las ratas seguido andan por ahí pero solo las espanto… si se me han subido cuando estoy dormido”.

Estamos viviendo una epidemia en tiempo real y el mundo está detenido ante el coronavirus. Mucho se habla de extremar medias de higiene personal así como de limpieza meticulosa en nuestro entorno. No todos pueden seguir los lineamientos de contingencia, algunos se conforman con tener algo qué comer y dónde dormir. “No tengo dónde darme un baño, me compré unas tijeras que uso para recortarme la barba y el pelo… Si he visto señoras con sus cubrebocas, yo así ando barriendo, sin cubrirme pero no tengo miedo. Como tomo alcohol digo en mi mente ‘el alcohol mata todo’.”

Eran las seis y media de la tarde, su única comida -unas migajas con tortillas y un jugo- la había hecho desde el medio día. A veces come dos veces al día, una o las tres, dependiendo cómo marche su día, aunque sí ha habido ocasiones en las que se ha quedado sin comer. No cocina pues no tiene dónde hacer o dónde guardar, todo es al momento. Lo único con lo que se conforma es que le presten un lugar dónde dormir “si fuera posible me prestaran un terreno, deshiervarlo, mantenerlo limpio pero no adueñarme”.

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