El príncipe William, el segundo en la línea de sucesión a la corona británica, concluyó hoy su viaje de tres días a Israel con visitas a tres lugares santos de la Ciudad Vieja de Jerusalén y la tumba de su bisabuela, la princesa Alicia, en el Monte de los Olivos.
En el Muro de los Lamentos, el segundo lugar más sagrado para los judíos, el duque de Cambridge colocó su mano derecha sobre las piedras antiguas y luego, siguiendo la tradición, deslizó una nota dentro de sus grietas, expresando su deseo de que la paz llegue a Medio Oriente.
"Hoy vivimos un momento de la historia que vivirá mucho tiempo en la memoria de los judíos de todo el mundo", dijo el Gran Rabino de Reino Unido, Ephraim Mirvis, quien acompañó al príncipe en su visita, según un reporte del sitio Ynetnews.
El Muro de los Lamentos, agregó Mirvis, "se encuentra en el epicentro de nuestra fe. Ver al futuro monarca venir a presentar sus respetos fue un notable gesto de amistad y un signo del respeto del duque por la santidad de Jerusalén".
"Que el Dios de la paz bendiga esta región y todo el mundo", escribió en el príncipe William en el libro de visitantes de honor del recinto.
Después, el hijo mayor del príncipe Carlos y la fallecida princesa Diana visitó la tumba cercana de su bisabuela, quien salvó a muchos judíos durante el Holocausto y cuyo último deseo ante de morir fue que sus restos fueran sepultados en la iglesia de Santa María Magdalena.
Siguiendo los pasos de su padre Carlos y su abuelo Philip, el duque de Edimburgo, quienes también han visitado la tumba de la princesa Alicia, William se detuvo solemnemente junto al sepulcro de su bisabuela, acompañado por un clérigo Archimandrit Roman.
El duque de Cambridge depositó un ramo de flores en la tumba de su bisabuela y rezó junto a Roman, máxima autoridad de la Misión Eclesiástica Rusa en Jerusalén, mientras las campanas del templo sonaban.
El príncipe, que hizo muchas preguntas sobre la historia de la iglesia y la conexión de su familia con ese lugar, en el que también está enterrada otra de sus antepasadas, la gran duquesa Isabel Feodorovna, en cuya tumba también depositó un arreglo de flores.
El clérigo ortodoxo ruso regaló a William una cruz de madera del siglo XIX, un huevo de Pascua de cristal que le pidió llevara a su esposa, Kate, la duquesa de Cambridge, y pequeños huevos y cruces de madera para sus tres hijos.
Poco después, el duque de Cambridge se dirigió a la iglesia del Santo Sepulcro, seguido de una multitud de curiosos, que observó cada uno de sus movimientos, y desde donde pudo divisar la Ciudad Vieja de Jerusalén.