/ miércoles 11 de julio de 2018

Cumbre de la OTAN: Riesgo de histórica fractura entre Europa y EU

Trump deja más visible el distanciamiento con sus aliados, critica que no están destinando los suficientes recursos con fines de seguridad

PARIS, Francia.– Una de las grandes tragedias de Occidente fue el Gran Cisma de 1054, que provocó la separación del catolicismo romano y la iglesia ortodoxa. Casi mil años después, un peligro similar acecha a la alianza entre Estados Unidos y Europa.

La prueba de fuego para esas relaciones se producirá esta semana en secuencias casi sucesivas: la cumbre de la OTAN —prevista para hoy y mañana en Bruselas— y la reunión del lunes 16 en Helsinki entre los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin.

Nunca en la historia los aliados de dos guerras planetarias abordaron una cumbre transatlántica en una atmósfera tan execrable. Incluso en los momentos más difíciles de esa relación —como la crisis de Suez de 1956, la guerra de Vietnam o la guerra en Irak—, los desacuerdos entre Washington y Europa podían ser considerados profundos, pero en ningún caso entraban en la categoría de “conflictos existenciales”. Esta vez es diferente.

Además, la reunión viene precedida de signos inquietantes.

Para Trump, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE) forman parte, junto con la Organización Mundial del Comercio (OMC), del trío de enemigos que aspira destruir durante su mandato. Aunque no es europeo, esa lista también incluye —desde hace algunos meses— a Canadá.

En la doctrina diplomática de Trump, la UE, la OTAN y la OMC representan lo mismo. Esa visión no tiene en cuenta que la OTAN y la OMC fueron dos creaciones de Estados Unidos para garantizar su hegemonía militar y económica.

“La UE fue creada para aprovecharse de Estados Unidos”, argumentó sin ruborizarse el 26 de junio en un acto electoral en Dakota del Norte.

“¿Qué hace Francia en la UE? ¿Por qué no la abandona?”, le propuso con toda indecencia al presidente Emmanuel Macron durante la última reunión en la Casa Blanca.

El desdén de Trump por la OTAN —a la que calificó de “obsoleta” en su campaña presidencial y en la reciente cumbre del G7 definió como “peor que el NAFTA”— está visiblemente enfocado en Alemania y en la canciller Angela Merkel en particular.

El símbolo de ese desprecio quedó en evidencia con el gesto inaudito que tuvo con Merkel en el último G7 de Canadá. En un momento de la reunión, Trump le arrojó dos caramelos Starburst a la canciller alemana, mientras le decía: “Así no podrás decir que nunca te he dado nada”.

Además de despreciar el formato multilateral de la cumbre de la OTAN, Trump es insensible a los matices y sutilezas de la política y –aun más– a la realidad de las cifras.

A fines de junio, apenas 15 días antes de la reunión, la Casa Blanca le pidió al Pentágono que comenzara a analizar el costo y el impacto de un “retiro a gran escala” de las fuerzas norteamericanas estacionadas en Alemania, estimadas en 35 mil hombres. Esa medida está teóricamente destinada a sancionar la actitud “inamistosa” de Berlín y otros países que no contribuyen equitativamente a la seguridad conjunta que proporciona la OTAN.

Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, la presencia militar de Estados Unidos en Alemania actuó como el principal disuasivo contra una invasión rusa de Europa y un estratégico trampolín para las operaciones en África y Oriente Medio.

Trump no dice o no sabe que Berlín financia alrededor de 33% de los costos que representa la presencia militar norteamericana en el país. Además, una amplia proporción de las fuerzas estacionadas en Alemania son utilizadas en operaciones militares fuera de Europa. El ocupante de la Casa Blanca tampoco recuerda que ese movimiento de repliegue fue iniciado por Barack Obama, que redujo el contingente de 48.000 en 2010 a 35.000 en la actualidad.

La hipótesis de repliegue de Alemania contempla la propuesta —nada ingenua— formulada por el régimen populista que inspira el verdadero hombre fuerte de Polonia, Jarosław Kaczyński. Recientemente, Varsovia ofreció invertir por lo menos 2 mil millones de dólares para obtener una base permanente de Estados Unidos a fin de reforzar la fuerza rotativa que tiene Estados Unidos en Polonia.

Algunos expertos del Pentágono reconocen que la propuesta polaca “representa peanuts” (cacahuetes) en comparación con las inversiones en infraestructura realizadas por Estados Unidos en Alemania durante 60 años, incluyendo instalaciones sofisticadas como el complejo de sanidad militar de Landstuhl y la base aérea de Ramstein.

Pese a todo, Trump no disimula su irritación por la actitud de varios países que consagran menos de 2% de su Producto Bruto Interno (PIB) al presupuesto de defensa. Ese es el objetivo que los miembros de la organización aspiran a alcanzar en 2024. Además de Estados Unidos, que destina alrededor de 3,6% de su PIB a gastos militares, hay otros cinco países que cumplen con la meta del 2% (Gran Bretaña, Estonia, Rumania, Polonia y Grecia). A fin de año se agregarían a esa lista Lituania, Letonia y, posiblemente, Francia.

En otro gesto poco amistoso con sus aliados, en la primera semana de julio Trump les escribió —principalmente a Alemania, Bélgica, Noruega y Canadá— para exigirles que cumplan sus obligaciones con la OTAN.

La ministra alemana de Defensa, Ursula von der Leyen, no se dejó intimidar por el apremio norteamericano y anunció que este año Alemania llegará apenas al 1,24% del PIB y solo alcanzará el objetivo de 2% en 2025.

La contabilidad que exhibe Trump omite otros tres datos esenciales. Por un lado, la suma de los presupuestos de defensa de los miembros europeos de la OTAN, estimados en 240 mil millones de dólares triplica el total de los gastos militares de Rusia y es comparable al esfuerzo de defensa chino. Por otra parte, cada vez que Europa intentó crear una defensa autónoma —lo que disminuirá la participación financiera y la presencia militar de Estados Unidos—, Washington torpedeó sin piedad esos esfuerzos de “autonomía estratégica”.

La razón —ese es el tercer dato crucial— reside en que el complejo militar-industrial norteamericano exporta un porcentaje esencial de su producción a miembros de la OTAN como Australia, Alemania, Gran Bretaña, Canadá, Holanda, Bélgica, Suecia, Noruega, Dinamarca, Polonia, República Checa, Rumania, Lituania, Letonia, Estonia e incluso Francia.

Si la grieta que separa actualmente a Estados Unidos y Europa no se reabsorbe en la cumbre de Bruselas de esta semana, el ganador esperará a Trump el lunes 16 de julio tranquilamente sentado en Helsinki para sacar partido de ese cisma histórico.


PARIS, Francia.– Una de las grandes tragedias de Occidente fue el Gran Cisma de 1054, que provocó la separación del catolicismo romano y la iglesia ortodoxa. Casi mil años después, un peligro similar acecha a la alianza entre Estados Unidos y Europa.

La prueba de fuego para esas relaciones se producirá esta semana en secuencias casi sucesivas: la cumbre de la OTAN —prevista para hoy y mañana en Bruselas— y la reunión del lunes 16 en Helsinki entre los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin.

Nunca en la historia los aliados de dos guerras planetarias abordaron una cumbre transatlántica en una atmósfera tan execrable. Incluso en los momentos más difíciles de esa relación —como la crisis de Suez de 1956, la guerra de Vietnam o la guerra en Irak—, los desacuerdos entre Washington y Europa podían ser considerados profundos, pero en ningún caso entraban en la categoría de “conflictos existenciales”. Esta vez es diferente.

Además, la reunión viene precedida de signos inquietantes.

Para Trump, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE) forman parte, junto con la Organización Mundial del Comercio (OMC), del trío de enemigos que aspira destruir durante su mandato. Aunque no es europeo, esa lista también incluye —desde hace algunos meses— a Canadá.

En la doctrina diplomática de Trump, la UE, la OTAN y la OMC representan lo mismo. Esa visión no tiene en cuenta que la OTAN y la OMC fueron dos creaciones de Estados Unidos para garantizar su hegemonía militar y económica.

“La UE fue creada para aprovecharse de Estados Unidos”, argumentó sin ruborizarse el 26 de junio en un acto electoral en Dakota del Norte.

“¿Qué hace Francia en la UE? ¿Por qué no la abandona?”, le propuso con toda indecencia al presidente Emmanuel Macron durante la última reunión en la Casa Blanca.

El desdén de Trump por la OTAN —a la que calificó de “obsoleta” en su campaña presidencial y en la reciente cumbre del G7 definió como “peor que el NAFTA”— está visiblemente enfocado en Alemania y en la canciller Angela Merkel en particular.

El símbolo de ese desprecio quedó en evidencia con el gesto inaudito que tuvo con Merkel en el último G7 de Canadá. En un momento de la reunión, Trump le arrojó dos caramelos Starburst a la canciller alemana, mientras le decía: “Así no podrás decir que nunca te he dado nada”.

Además de despreciar el formato multilateral de la cumbre de la OTAN, Trump es insensible a los matices y sutilezas de la política y –aun más– a la realidad de las cifras.

A fines de junio, apenas 15 días antes de la reunión, la Casa Blanca le pidió al Pentágono que comenzara a analizar el costo y el impacto de un “retiro a gran escala” de las fuerzas norteamericanas estacionadas en Alemania, estimadas en 35 mil hombres. Esa medida está teóricamente destinada a sancionar la actitud “inamistosa” de Berlín y otros países que no contribuyen equitativamente a la seguridad conjunta que proporciona la OTAN.

Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, la presencia militar de Estados Unidos en Alemania actuó como el principal disuasivo contra una invasión rusa de Europa y un estratégico trampolín para las operaciones en África y Oriente Medio.

Trump no dice o no sabe que Berlín financia alrededor de 33% de los costos que representa la presencia militar norteamericana en el país. Además, una amplia proporción de las fuerzas estacionadas en Alemania son utilizadas en operaciones militares fuera de Europa. El ocupante de la Casa Blanca tampoco recuerda que ese movimiento de repliegue fue iniciado por Barack Obama, que redujo el contingente de 48.000 en 2010 a 35.000 en la actualidad.

La hipótesis de repliegue de Alemania contempla la propuesta —nada ingenua— formulada por el régimen populista que inspira el verdadero hombre fuerte de Polonia, Jarosław Kaczyński. Recientemente, Varsovia ofreció invertir por lo menos 2 mil millones de dólares para obtener una base permanente de Estados Unidos a fin de reforzar la fuerza rotativa que tiene Estados Unidos en Polonia.

Algunos expertos del Pentágono reconocen que la propuesta polaca “representa peanuts” (cacahuetes) en comparación con las inversiones en infraestructura realizadas por Estados Unidos en Alemania durante 60 años, incluyendo instalaciones sofisticadas como el complejo de sanidad militar de Landstuhl y la base aérea de Ramstein.

Pese a todo, Trump no disimula su irritación por la actitud de varios países que consagran menos de 2% de su Producto Bruto Interno (PIB) al presupuesto de defensa. Ese es el objetivo que los miembros de la organización aspiran a alcanzar en 2024. Además de Estados Unidos, que destina alrededor de 3,6% de su PIB a gastos militares, hay otros cinco países que cumplen con la meta del 2% (Gran Bretaña, Estonia, Rumania, Polonia y Grecia). A fin de año se agregarían a esa lista Lituania, Letonia y, posiblemente, Francia.

En otro gesto poco amistoso con sus aliados, en la primera semana de julio Trump les escribió —principalmente a Alemania, Bélgica, Noruega y Canadá— para exigirles que cumplan sus obligaciones con la OTAN.

La ministra alemana de Defensa, Ursula von der Leyen, no se dejó intimidar por el apremio norteamericano y anunció que este año Alemania llegará apenas al 1,24% del PIB y solo alcanzará el objetivo de 2% en 2025.

La contabilidad que exhibe Trump omite otros tres datos esenciales. Por un lado, la suma de los presupuestos de defensa de los miembros europeos de la OTAN, estimados en 240 mil millones de dólares triplica el total de los gastos militares de Rusia y es comparable al esfuerzo de defensa chino. Por otra parte, cada vez que Europa intentó crear una defensa autónoma —lo que disminuirá la participación financiera y la presencia militar de Estados Unidos—, Washington torpedeó sin piedad esos esfuerzos de “autonomía estratégica”.

La razón —ese es el tercer dato crucial— reside en que el complejo militar-industrial norteamericano exporta un porcentaje esencial de su producción a miembros de la OTAN como Australia, Alemania, Gran Bretaña, Canadá, Holanda, Bélgica, Suecia, Noruega, Dinamarca, Polonia, República Checa, Rumania, Lituania, Letonia, Estonia e incluso Francia.

Si la grieta que separa actualmente a Estados Unidos y Europa no se reabsorbe en la cumbre de Bruselas de esta semana, el ganador esperará a Trump el lunes 16 de julio tranquilamente sentado en Helsinki para sacar partido de ese cisma histórico.


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