Pocos países vivieron un 2021 tan tumultuoso como Afganistán, con la salida de las tropas internacionales y el retorno de los talibanes. Pero su infortunio está lejos de terminar, con la perspectiva de un duro invierno por delante.
El sorprendentemente rápido regreso de los talibanes al poder tomó a todo el mundo a contrapié --incluidos los nuevos dirigentes--, y ha dejado a los afganos tratando de dar sentido a lo ocurrido y de vislumbrar qué les depara el futuro.
Para los talibanes, el mayor desafío sigue siendo dejar de ser solo insurgentes y transformarse en un cuerpo político y administrativo capaz de gestionar una nación tan compleja y diversa como Afganistán.
Para los países occidentales como Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, el miedo tiene dos caras: por un lado, un deterioro de las condiciones que llevan a decenas de miles de afganos a huir y buscar refugio afuera, y por otro, que el país vuelva a ser un refugio para grupos radicales como Al Qaida.
Para los afganos ordinarios, las preocupaciones inmediatas son comida, cobijo y empleo. Y en el caso de las mujeres, lidiar con la destructiva política de los talibanes en cuanto a sus derechos.
"Las consecuencias de la reconquista son calamitosas e inmediatas", escribió Kate Clark en un informe especial de la Red de Analistas de Afganistán (AAN).
Los talibanes "no tienen planes sobre cómo administrarán el Estado afgano sin ayuda internacional, (cuya retirada era) una consecuencia completamente predecible de su decisión de apostar por una victoria militar".
"En la oposición, cobraban impuestos a la población bajo su control, pero dejaban los servicios públicos enteramente al gobierno, las oenegés y los donantes", indica.
"Ahora, en el poder, se encuentran con unos ingresos gubernamentales fuertemente reducidos y tienen una población entera a la que atender", añade.
- Pocos incentivos para trabajar -
Uno de los mayores problemas del movimiento radical islamista es el colapso de la burocracia.
Unos 120.000 afganos fueron evacuados en los caóticos días finales de la intervención estadounidense, muchos de ellos profesionales que trabajaron con las potencias extranjeras para manejar una administración y una economía dependientes de la ayuda internacional.
Muchos funcionarios no cobraron durante meses, incluso desde antes del retorno talibán, y tienen pocos incentivos para reincorporarse al trabajo sin saber cuándo volverán a recibir salarios.
"Voy a la oficina por la mañana, pero no hay nada por hacer", dice Hazrullah, un funcionario de nivel medio del Ministerio de Relaciones Exteriores.
"Antes, trabajaba en acuerdos de comercio con nuestros vecinos. Ahora no tenemos directrices de cómo seguir. Nadie sabe nada", continúa.
Parte de la cúpula islamista se ha afanado en presentar el nuevo régimen como distinto al fundamentalista y brutal gobierno de su primer mandato, entre 1996 y 2001. Y, al menos de forma superficial, ha habido algunos cambios.
No se ha ordenado oficialmente a las mujeres vestir nuevamente un burka completo ni se las obliga a ir acompañadas por un familiar varón al salir de casa, aunque las autoridades dicen que un familiar masculino debe acompañar a las mujeres en viajes largos.
Pero, exceptuando servicios esenciales como el sector sanitario, en la práctica, a las mujeres se les prohíbe trabajar en el gobierno. Y, en tanto los talibanes tratan de acomodar la realidad social del país a sus principios islámicos, las jóvenes no pueden estudiar.
La seguridad en general ha mejorado con la llegada de los islamistas, pero los ataques del grupo yihadista Estado Islámico van al alza, especialmente contra la minoría chiita.
- Decisiones políticas difíciles -
La economía, sin embargo, será lo que marcará el futuro de un país que se precipita a una gran crisis humanitaria, que la ONU calificó como una "avalancha de hambre".
La Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) alerta de una carrera contra el reloj para evitar que 22,8 millones de personas (un 55% de la población) se enfrenten a niveles críticos de inseguridad alimentaria este invierno.
Los talibanes y las potencias extranjeras deberán alcanzar un equilibrio delicado en los meses venideros.
A los donantes les preocupa ayudar a un régimen paria, mientras los talibanes creen que su victoria no debe verse comprometida por asuntos como permitir que las mujeres trabajen.
La semana pasada, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó una resolución que permite enviar ayuda humanitaria a los afganos sin dejar que los fondos lleguen a manos de los talibanes.
Los islamistas lo acogieron como un "buen paso", aunque niegan que el país enfrente una crisis humanitaria.
A nivel local, algunas organizaciones de ayuda pueden eludir la administración oficial y distribuir bienes básicos a las personas que los necesitan.
Pero hay zonas donde los dirigentes talibanes reivindican que ellos son los únicos con derecho a repartir esta asistencia, lo que refuerza su autoridad y les permite recompensar a sus fieles.
A nivel nacional, los talibanes no se pueden permitir aparecer al dictado de poderes y organizaciones extranjeros y sus líderes insisten en que deben controlar la financiación y la ayuda, algo inadmisible para muchos donantes.
"Los beneficios económicos procedentes de la paz solo serán marginales comparados con el daño hecho por la absoluta pérdida de ingresos extranjeros y la aislación que enfrenta ahora Afganistán", insiste Clark.