La observacion de aves que se desarrolla al pie del Monte Kilimanjaro es parte de un proyecto con un doble objetivo: utilizar la biodiversidad para ganar dinero -que a su vez será utilizado para preservar los recursos naturales-, y apoyar a las comunidades locales.
La reserva Selenkay en el borde del Parque Nacional Amboseli, en el sur de Kenia, cuenta con elefantes, jirafas, antílopes y leones. Los propietarios de la reserva son el pueblo masái, y ninguna valla separa el terreno, de 5.000 hectáreas, del territorio utilizado por los pastores para sus vacas, ovejas, cabras y burros.
Visitantes comienzan a regresar después de la pandemia de covid-19, que tuvo serias consecuencias financieras.
"El turismo colapsó por completo, y nos dimos cuenta de que necesitamos encontrar otras formas de aumentar los ingresos para poder seguir pagando el alquiler", explica Mohanjeet Brar, director gerente del operador turístico Gamewatchers Safaris, que renta la reserva a los masái.
Ésta tiene un gran potencial para los créditos de carbono y biodiversidad (mecanismos diseñados para entregar fondos a los propietarios de tierras que preservan espacios claves para las especies raras y el almacenamiento de carbono).
El primer paso para que Selenkay pueda realizar estas ganancias es recopilar datos y hacer un inventario del "tesoro de la reserva". Para ello se utilizan cámaras y grabadoras acústicas, que muestran qué animales están presentes y en qué número.
Estos datos se complementan con observaciones humanas. Durante un mes, por la mañana y por la noche, miembros del equipo se colocan en puntos específicos para hacer un recuento de todos los animales vistos y oídos durante 10 minutos.
Ayudados por un dron, los investigadores también pueden obtener una imagen de la cantidad de carbono almacenado en los árboles y en el suelo.
- Créditos de biodiversidad -
Gracias al turismo, los ingresos de la empresa de Brar apoyan a la comunidad local de muchas maneras. También les proporcionan agua para las personas y el ganado y generan empleos.
Todos los guardabosques y casi todo el personal de Selenkay son masái. Aun así, las condiciones de vida siguen siendo difíciles, explica Noolasho Keteko, una de las mujeres del pueblo que limita con la reserva.
Madre de ocho hijos, con cabello corto y adornada con coloridos collares de cuentas, también gana dinero con las visitas turísticas de su choza de barro y con la venta de joyas.
Pero cuando Selenkay cierra en abril y mayo, durante la temporada de lluvias, la aldea necesita ayuda, comenta.
La gente en el distrito quiere evitar que la tierra sea vendida, convertida en campos, y cercada, para evitar que la vida silvestre se mueva libremente. Pero a poca distancia ya se percibe una valla...
Los ingresos de los créditos podrían aliviar la presión sobre el medio ambiente, detalla uno de los guías, Nicholas Koyieyo. Alentaría a los pastores a reducir el número de ganado, permitiendo que la hierba y los árboles se regeneren, subraya.
La gran pregunta es si los recursos de Selenkay pueden ser adecuadamente monetizados.
"Kenia tiene una población en rápido crecimiento. El precio de la tierra también es alto y existen muchas opciones para el uso de la tierra", indica Brar.
El mercado de créditos de carbono está bien establecido, aunque lejos de ser perfecto. Bajo este esquema, los contaminadores de carbono pueden compensar sus emisiones de gases de efecto invernadero al "comprar" derechos de contaminación a quienes reducen emisiones o capturan carbono.
Pero aún no se creó el tan promocionado mercado de créditos de biodiversidad.
El domingo, las conversaciones preparatorias en Nairobi para la cumbre de biodiversidad de la ONU, terminaron casi sin avances.